Hace poco una amiga de la facultad, que es de Lugo, me animó a ir a visitarla unos días, ya que yo siempre le había comentado que nunca había estado por su tierra y que tenía muchísimas ganas de conocerla. Ya se sabe, de Galicia todo el mundo habla maravillas y nadie pone ni un pero. Que si la comida, que si su gente, que si los paisajes… ¿Habéis escuchado a alguien hablar mal de esta tierra meiga? Pues yo tampoco. Así que pillé el andante y para allí me fui, donde alquilamos un coche de Mouronte en Lugo para movernos con comodidad y a buen precio, como todo lo que se hace allí.
Y es que esa es una de las cosas buenas de Galicia, ya que pese a la cantidad de maravillas con las que cuenta lo cierto es que sus habitantes parecen no tener una gran consciencia de ello y no le dan el valor que merecen. Mientras en otras partes del mundo se cobraría un dineral por pasar a ver algunos lugares o simplemente por beneficiarse de su naturaleza, aquí eso parece que no lleva. No hay más que hacer la comparación entre un sitio como Budapest (Hungría), la primera ciudad termal de Europa, y Ourense, nada más y nada menos que la segunda. Pues bien, en esta última las termas son gratuitas. De hecho mi amiga me contaba que de pequeña en los veranos se iban al río y con las mismas piedras cerraban en círculo un pequeño espacio y se relajaban con el agua caliente. Eso es Budapest o en Baden Baden (Alemania) no baja de los 30 euros. Mientras que en Ourense las termas de pago pueden andar por unos 5.
La suerte de estos sitios así peculiares es que no están llenos de turistas. Quizás fuese una comunidad mucho más rica de explotar este tipo de cosas, pero supongo que sus habitantes viven más felices y más tranquilos así. Yo tuve la suerte de conocer todo esto porque iba acompaña de una amiga oriunda que no me llevaba a esos sitios más masificados como pueden ser Sanxenxo o A Toxa. Nosotras estuvimos en la playa de Carnota, viendo los acantilados de Cee y pasando un poco de largo por Fisterra, no estuvimos en Samil, sino en el arenal de a continuación, El Vao, lleno únicamente de gallegos.
Es bueno comprobar que mientras en otras partes de España está todo lleno de viviendas de playa, de segundas residencias o de complejos monstruosos que comen terreno todavía quedan lugares más vírgenes por así decirlo y por lo que uno puede sentirse libres. Quizás los gallegos no son tan paletos o tan de pueblo como los queremos hacer ver en los estereotipos y en los chistes, sino que simplemente saber disfrutar de la vida y preservar su patrimonio, que es su tranquilidad en el fondo.
Un lugar para no perderse
Si de todos los lugares que visité durante este viaje por Galicia me hiciesen escoger uno, ese sería sin duda la Ribeira Sacra. Esta zona, por la que atraviese el Cañón del Sil (afluente del Miño), es una panorámica de las más desconocidas y de las más preciosas a la vez. Salvando las distancias recuerda incluso un poco al Cañón del Colorado, pero con la ventaja de aquí tenemos verde. El sil fluye entre las montañas de las que en forma de escalera nacen las vides donde se cultiva un vino con denominación de origen. Ya se sabe: Galicia, calidade.