Disfrutar de los rayos del sol a la orilla de las cálidas aguas del Mediterráneo, explorar pueblos repletos de encanto, desfasar en las discotecas más exclusivas de Europa, relajarse con amenas excursiones a través de parajes insólitos. Ibiza, la joya más preciada de las Islas Baleares, es una caja de sorpresas que nunca deja insatisfecho al visitante.¿Quién no ha deseado con alquilar yates de lujo en Ibiza y recorrer por mar sus preciosas costas de arena blanca? ¿Quién no ha soñado con tener la cita romántica ideal contemplando el atardecer desde la discreta intimidad de sus más secretas calas? ¿Quién no se enamoraría bajo los seductores influjos de la Isla Blanca?
Ibosim, Ebusus, Yebisah, Ibiza, Eivissa
Pobladas desde mediados del segundo milenio antes de Cristo, Ibiza y las Islas Baleares conforman uno de los enclaves estratégicos del Mediterráneo, dada su atractiva localización entre la península Itálica y la península Ibérica. Su relevancia queda de manifiesto por medio de su condición de punto de repostaje de víveres, sal y agua para los barcos fenicios y cartagineses dentro de sus rutas comerciales entre el norte de África, el reino de Tartesos en la España meridional y, a través del estrecho de Gibraltar, con las Islas Británicas, proveedoras de estaño. Estos asentamientos semíticos ponían en contacto a los nativos de la isla, definidos por su particular cultura, denominada talayótica, con el universo en miniatura que entonces era el mar Mediterráneo. Serán los cartagineses, colonia fenicia autónoma en el litoral tunecino, una de las principales potencias del momento, quienes funden Ibosim, la ciudad de Ibiza, en el siglo VII antes de Cristo. Sin embargo, serán los navegantes griegos quienes otorgarían a Ibiza y Formentera la denominación por la que habrían de ser conocidas en el mundo antiguo: las Islas Pitiusas. Es decir, las islas de los pinos.
Fruto de este atractivo geográfico, Ibiza pasará por manos del Imperio Romano –Ebusus, ver el acueducto de Santa Eulalia-, de los invasores germánicos a partir del siglo III después de Cristo, el Imperio Bizantino y del Al Andalus musulmán. De esta Yebisah árabe permanece el testimonio de numerosas obras de canalización y regadío, rasgos que revelan su importancia también como centro de producción agrícola.
La reconquista cristiana, emprendida por la Corona catalano-aragonesa en la primera mitad del siglo XIII, impondría en Ibiza el empleo del catalán como lengua común, así como las instituciones políticas y judiciales propias de su reino. El incremento de población que acontece en estos tiempos pone en jaque el equilibro de los recursos naturales, acentuado por los esfuerzos derivados de la lucha contra las continuas razzias berberiscas y los frecuentes intentos de invasión por parte de la todopoderosa flota turca.
Ya con la dinastía borbónica, las islas Pitiusas pasan a formar parte del patrimonio real. Además, los Decretos de Nueva Planta, orientados a la imposición de un sistema de administración centralista en el país a imitación del modelo francés, acaban con los privilegios y fueros propios de Ibiza, al mismo tiempo que diluyen la presencia de aquellas instituciones características del extinto reino de Aragón.
A partir de la década de los treinta del siglo XX es cuando Ibiza experimenta el nacimiento de su prestigio como enclave turístico de excepción gracias al florecimiento de ostentosos complejos hoteleros que albergaban a la flor y nata de la sociedad europea. Artistas e intelectuales como Walter Benjamin o Rafael Alberti escogerán las bondades del clima y la belleza del paisaje balear para establecer su residencia. Esta moda turística repercutirá en la modernización de las infraestructuras isleñas, comenzando por su hasta entonces escueto trazado viario. Sin embargo, la Guerra Civil Española que desgarraría el país entre 1936 y 1939 daría al traste con esta momentánea época de prosperidad.
La isla no resurgiría como destino turístico hasta dos décadas más tarde. La enorme afluencia de visitantes procedentes de Europa, atraídos por el sol y los precios asequibles, así como los cambios sociales y culturales de la década de los sesenta, harían florecer la cultura hippie en las playas de Ibiza, lo que contribuiría a conformar su imagen arquetípica como reducto de libertad, psicodelia, nudismo y amor libre. Una contradicción abrupta frente al tradicionalismo y la represión conservadora y católica del régimen de Franco.
Esta celebridad servirá de viga maestra para constituir uno de los espacios turísticos españoles por excelencia. Su versatilidad de opciones entre el turismo de masas de sol y playa y la escapada íntima y autónoma, el agradable clima insular, la disponibilidad y accesibilidad del sector hotelero y de restauración, la popularidad de su actividad nocturna, el colorido de sus tradiciones y la hermosura de su paisaje natural así lo permiten.
Los ‘must see’ de Ibiza
Como toda isla que se precie, Ibiza fundamenta su encanto en la incomparable vistosidad de sus playas y calas. Suelen considerarse las mejores playas de Ibiza las de En Bossa y Des Cavallet, así como las calas de Aguas Blancas y San Vicente, Mastella, Benirrás y la Cala Conta.
La Playa d’en Bossa destaca por su proximidad a las mejores instalaciones hoteleras y de reposo de la isla. Cuando el sol cae, ejerce como uno de los principales focos de ocio nocturno de la isla. En el lado contrario, la playa des Cavallet consigue mantener intacto su atractivo natural. Esta playa poblada de arenosas dunas ofrece un marco perfecto para reencontrarse con la fascinación atávica que produce el mar en permanente conflicto y contacto con la tierra. Aguas Blancas y San Vicente combinan la práctica del nudismo, una de las tradiciones de libertad absoluta que ha hecho famosa a Ibiza, con la populosidad de su entorno, sede de numerosas infraestructuras de hostelería. La cala de Mastella queda resguardada entre dos farallones, lo que garantiza una atmósfera íntima y cautivadora, incentivada por la finura de sus blancas arenas y la pureza cristalina de sus aguas. La cala de Benirrás por su parte es el refugio favorito de los naturales de la isla, dado que su orientación favorece una exposición especialmente prolongada a los rayos de sol. La Cala Conta es un espacio de cuento de hadas mediterráneo. Situada frente a un pequeño archipiélago, el cual incluye la isla de Conejera, su playa ofrece un espacio bucólico que invita a perderse para siempre en el tiempo y el espacio.
No obstante, no todo es chapotear en Ibiza. El conjunto de la isla, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1999, goza de una diversidad biológica y cultural capaz de satisfacer los apetitos exploradores de cualquier viajero que se precie. Ibiza ciudad, la capital amurallada de la isla, conserva el encanto único producto de la mezcolanza y fusión de sus orígenes históricos, plasmados en su trazado urbano irregular, repleto de calles estrechas elegantemente empedradas, cuestas intrincadas allanadas por escalinatas y curvas que acarician la fachada de los adustos caserones señoriales, identificados por sus rasgos tradicionales de la arquitectura de la corona aragonesa: el portal de medio punto dovelado, el blasón que define su posesión familiar y los sobresalientes voladizos. Todo ello bajo la atenta mirada de los tres principales focos de atención arquitectónica del lugar: el Castillo, la Catedral y el Palacio Episcopal.
Las murallas de Ibiza -erigidas en el siglo XVI por el emperador Carlos I sobre la planta de las antiguas murallas medievales con el fin de resistir los embates de los cañones berberiscos y turcos-, guarecen tras sus muros de mampostería los secretos del barrio más pintoresco de la villa: Dalt Vila. Un laberinto de calles adoquinadas y escuetos pasillos encajonados entre delicadas paredes de cal y ladrillo que concentra una abrumadora densidad de monumentos y mansiones nobiliares, vecinas de un millar de cafeterías, bares, restaurantes típicos y pequeños comercios dedicados a atender los caprichos del visitante ocasional con muestras de comida balear, artesanía local y de su particular moda nativa, la ropa ‘adlib’, homenaje a la estética informal y cómoda, de raigambre mediterránea y detalles hippies, caracterizada por la caída vaporosa de sus prendas y su inmaculado color blanco.
Mole destacada en el paisaje urbano ibicenco, la catedral está conmemorada a Santa María la Mayor o de les Neus. Frugal y sencilla, la catedral es el símbolo de la continuidad espiritual de la ciudad: se especula que su basamento se eleva sobre un antiguo templo fenicio en honor de la diosa Astarté. El Palacio Episcopal, construido en el siglo XIII, se halla también en sus inmediaciones.
La región natural más relevante de la isla de Ibiza son las salinas, una zona de humedales saliníferos enclavados en la parte más meridional del territorio. Explotados desde tiempos de los cartagineses y los romanos hasta el día de hoy, las salinas presentan un importante área ecológica protegida para la anidación de aves migratorias. Rellenados por las aguas del Mediterráneo a causa de su nula elevación sobre el nivel del mar, existen dos tipos de formaciones lacustres: las de evaporación, de mayores dimensiones, y las de cristalización, más pequeñas. En ellos se dan cita especies aviares acuáticas como los flamencos, la garza real o la garza imperial, así como la garceta común, el martinete, la avefría, el ánade real, el ánade silbón, la cerceta común, , el porrón común y la cigüeñuela. Una verdadera delicia para los ornitólogos, las salinas también acogen especies predadoras y carroñeras como el águila pescadora, el cernícalo, el aguilucho lagunero, el halcón peregrino, la lechuza común y el autillo.
Otro área de especial valor ecológico es Els Freus, el brazo de mar que intermedia entre las islas hermanas de Ibiza y Formentera. Supone el espacio ideal para excursiones dedicadas a avistar fauna terrestre o para emprender una aventura submarina ataviados de gafas de buceo, snorquel y aletas de nadar.
A la caída del sol
Obviamente, Ibiza guarda un hueco especial para aquellos que, más que por las bondades salutíferas del astro rey, prefieren disfrutar de la seducción de la luna y los misterios de la noche. Las prestigiosas salas y clubes ibicencos marcan las tendencias musicales y discotequeras de todo el continente. Los principales DJ’s y popes de la música electrónica encuentran una segunda (o primera) residencia en los altares de estos auténticos templos de la fiesta.
Tras el debido precalentamiento en los bares y pubs de las distintas localidades, son un puñado de selectos centros los que concentran las principales miradas de los aventureros de medianoche: Pachá -un clásico básico con cuatro décadas de tradición y unos cuantos emporios en tierras peninsulares a sus espaldas-, Amnesia -célebre por sus gogós y reconocido por la calidad de su oferta-, Usuahia Beach Hotel –un valor en alza que se aferra a la celebridad de su piscina como valor seguro en la noche ibicenca-, Privilege –la discoteca más grande del mundo, con un aforo que se sitúa en torno a las 10.000 personas-, Space –destino de peregrinación para los devotos de la música electrónica- o Es Paradis –otro de los puntos históricos de la fiesta en la Isla Blanca-.